Erase una mañana,
de esas que amanece temprano. Ocurrió lo que tenía que pasar, algo parecido
pero lo contrario, anocheció en la tarde. Lo cierto que la mesa de trabajo
resultó un caos, todo era una confrontación entre ideas e instrumentos de
dibujo. La discusión fue normal, discusión, forcejeo hasta caldearse la
situación que hubo intercambio táctil (golpe).
Las ideas salieron a relucir lo suyo y
propusieron guiarse por el protocolo de una batalla callejera: Patadas, puños y
expresiones intimidatorias vulgares.
Los lápices,
borradores, sacapuntas, reglas y hojas me rodearon asimétricamente, querían
hacer de mi un boceto. Fue ahí que recordé cada fotograma de una película de Kung
Fu. Y repartí patadas al punto que tenía un pie metido en mi boca. Las ideas me ayudaban a distancia, con
apoyo logístico de “Dale…dale”.
Lo ingenuo del
caso, es que no sabíamos porque reñíamos. Hasta que una idea surgió, llevar nuestras diferencias a una competencia “El que
consiga en menor tiempo una aguja en un pajar”; será el que obtenga la victoria
y “Ñakata” gané. Pues, enhebré la aguja con hilo y ¡Zuas! Hale y listo.
Les aplique el
viejo truco de las mujeres rectoras
electorales de la nación Uh Ah, improvise unas condiciones fortuitas sin fundamento,
sino, no hay “Revocatorio YA”.
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