Ser herrero
es una de los oficios inherentes del ser humano; es decir, llega un momento en
la vida que estás, en el filo de la navaja, ahí exactamente decimos ese algo
que nos hace errar. Yo estuve ahí y errar es humano, fue suficiente para
medir mis palabras.
Soy de los que cometió el gravísimo error de llamar a una chica, mujer “GORDA”. Fui aplastado por ese peso de
conciencia, el peso de gravedad de una gorda.
Ella arremetió sutilmente contra mí,
consideró que para emendar esa injuria, y atrevimiento debía pagarle tres meses
de gimnasio dieta y afines lycra, zapatos de goma y sudadera a la tortura que
es sometido una “Gorda”. Lo pague muy caro y juro por el sindicato de dedos
cruzados, que me fue difícil borrar de mi mente la palabra gorda. Al ver a una dama desbordada de kilos y afines, la sustituí
por esponja y ¡me ha ido bien!.
La chica
esponja no le molesta tal expresión. A mí me costó un duró financiamiento
que perdí dinero. Sí, yo perdí dinero, ella perdió kilo. Como una esponja cuando se aprieta, y al
soltarla vuelve a expandirse (llegó a su estado natural). Ella sigue
atravesándose por mi camino, para ver si caigo en la torpeza de decirle otra
vez “XXXXX”, pues no voy a darle el gusto y financiarle otra rutina de tortura
en un gimnasio.
Lo confieso, me fue difícil encontrar una
lycra mollejúa (grande), que soportara su anatómico cuerpo triple X. Lo de (X),
es porque la costura cede hasta mostrar los dientes, que no aguanta más un…ñakata.