Se consultó la historia para certificar la
eficacia de ese método. Fue en esos días donde la historia dependía, de alguien
se lo contara a otro alguien. En el caserío de Turiaca el sol indeciso iba
cayendo, pero luego se regresó dos o tres veces a la posición anterior hasta
que se detuvo fijo en el cielo alargando la agonía de Elmer Curio, quien
colgando en la horca de la plaza de Turiaca, frente a una cañada se mecía y se
mecía con todos los músculos del cuello tensos para no morir.
Elmer Curio, había sido colgado dos noches
atrás, pero se negaba rotundamente a complacer a sus verdugos. Desde su
incómoda posición llevaba 38 horas viéndolo moverse todo con ese fastidioso y
monótono vaivén pendular de los ahorcados de poca estatura.
A un lado estaban los miembros del jurado
que discutían acaloradamente con el Juez por haber escogido aquella forma de
salir de un tipo como Elmer Curio. El Verdugo por su parte trataba de
disculparse y en gesto de buena voluntad lo había jalado dos o tres veces por
los pies tratando de hacerle sacar la lengua, pero inútilmente, porque Elmer
Curio, tensaba más y más los músculos haciendo una tenaz resistencia, mientras
miraba en los ojos a cada uno de los mirones que se habían conglomerado en la
plaza de Turiaca.
Estos nerviosos empezaron a retirarse ante la
impertinencia del ajusticiado. Elmer Curio, con la cara roja y sin aflojar los
músculos tomo aire y dijo con dificulta:
- Agua,
quiero agua.
El verdugo y el Juez intercambiaron una
mirada. Estaban de acuerdo que era inhumano no darle de beber. Después de todo
podría que era su última voluntad. A un gesto del magistrado el verdugo le
acercó un vaso para saciar la sed y aprovechó para decirle:
- Vamos
hombre, muérete, ya vas para tres días ¿Hasta cuándo nos vas a tener aquí?.
- Lo
siento, pero no me voy a morir. Respondió este.
Los miembros del jurado volvieron a reunirse
con el Juez y en un breve concilio empezaron a discutir la salida al imprevisto
impase.
- Habría
que ponerle plomo en los pies, no podrá aguantar mucho –dijo uno-.
- Seguro –respondió otro- lo hace sólo por
fastidiarnos.
- Señores
–dijo el Juez- creo que la horca no funciona con ese, debemos aprovechar que
está amarrado y fusilarlo.
- -Buena
idea- dijeron todos a coro. ¡Fusilémoslo!
Al rato llegó el ventiúnico guardia,
debidamente instruido cargó su pistola y apuntó
al condenado. Este al ver las intenciones del guardia tensó más los
músculos y empezó a balancearse con más fuerza impidiendo apuntar al blanco.
El guardia disparó 4 ó 5 veces pero no le
pegó y finalmente se dieron por vencido. Tampoco era de ponerse a botar el
presupuesto municipal de balas en un solo hombre. Elmer Curio aguantando el
bamboleo sonrió con malicia.
Es inútil -dijo el Juez- habría que
envenenarlo o cremarlo-.
-No, no –dijo el presidente del jurado- no
seamos tan crueles, dejémoslo así colgado, ya se cansará.
-Es cierto- respondieron los otros- dejémoslo
que ya se cansará y sin mirar hacia atrás se alejaron disgustados.
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