Fue en ese momento cuando Eubulo cruzó la
puerta, ese umbral inesperado que activó esa cosita escondida enigmática que se desata en Desdy la Mujer de
Eubulo. Una compulsiva reacción desbordante que no se puede debatir; sólo con
expectación y prudencia debe permanecer distante para su seguridad:
-
¡Aja ya llegaste!, ¡Jamás te lo perdonaré!
-
¿Qué cosa mujer?
-
No sé, pero todo lo que me haces no tiene
perdón.
-
Pero si yo no te importo, nunca me has tomado
en cuenta.
-
Cómo vas a decir eso, si yo te quiero.
-
Sí, me quieres ver muerta.
-
No digas eso, mujer.
-
No quieres que te lo diga porque te remuerde
la conciencia, sé que me quieres asesinarme.
-
¿Pero por qué dices? Si yo soy incapaz…
-
Claro que eres un incapaz, un inútil, un
muérgano.
-
¿Pero por qué me insultas sí yo no quiero
pelear?
-
Seguro, no quieres pelear conmigo porque yo
para ti no soy nada.
-
Por favor…
-
¡No me digas por favor! Quieres dártelas de
santo como si yo no supiera todo lo que tu haces.
-
¿Pero qué estoy haciendo? Dímelo.
-
Todo, todo…
-
Pero mujer, tú estás loca.
-
Loca ¿verdad?, loca… eso es lo que piensas de
mí. Yo lo sabía pero ahora me lo has confesado.
-
No, no si yo no quise decir eso.
-
Querías decirme algo peor ¿no? Dímelo, anda,
dímelo, ¡perro! Insúltame como lo estás pensando.
-
No chica, yo no quiero discutir contigo.
-
Claro, tú no discutes con locas. ¡Ya se te
salió el machismo! ¡muérgano, degenerado! Te crees superior y por eso no puedes
discutir conmigo.
-
Te lo ruego mujer, cálmate, no insultes.
-
No te estoy insultando lagarto asqueroso,
sapo inmundo. Eso es lo que tú deseas, pero jamás me rebajaría a insultar a un
sucio tan arrastrado como tú.
-
Definitivamente
creo que estás perdiendo la razón.
-
Ahora vas a humillarme ¿verdad? ¡Dios mío,
por qué caí yo en las garras de este monstruo? ¡Cómo me engaño igual que a una
tonta!
-
Pero mujer, si yo no te engañé nada, no
recuerdas que tú me propusiste matrimonio…
-
¡No me lo recuerdes, ogro sarnoso! Quieres
echar sobre mí toda la culpa de este martirio.
-
No, mi vida, no…
-
No, mi vida, no…
-
No me llames mi vida, ¡Hipócrita! Anda a
decírselo a otra, yo jamás seré nada tuyo.
-
¿Pero qué pretendes con eso?
-
Nada, nada, no me hables. Soy un desdichada. ¿Por qué Dios mío, por qué
tengo yo que aguantar a un hombre tan asqueroso como éste?.
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