En esta Nación UhAh, cada quien tiene una
historia de encuentro y reecuentro de haberse enfrentado a colectivos y
engendros de la violencia del régimen incapaz Genocida Narco Terroristas UhAh.
Recuerdo que sus voces me eran familiar, pues
sí parecían esos botellones de refrescos familiares grandes agrupados, más eso no me
intimidó. El primer tiro me entró por el pecho, pero yo seguí a pesar que
trataron de impedir que me les viniera encima con dos disparos en la boca del
estómago.
Al mismo tiempo que sentía como algo caliente
me salía de las entrañas vi como otros seis balazos me destrozaban la pierna
derecha. Pero no me paré. Me metí un dedo en el orificio del pecho para taponar
la sangre y con la otra mano me agarré los pedazos de la pierna para no caerme
mientras seguía con ellos.
Después llegaron los otros cuatros con la
ametralladoras. Sabiendo que yo estaba desarmado prácticamente me vaciaron la
caserina en el brazo izquierdo que quedó guindando; pero no me detuvieron. La más
cruentas intenciones de lo que yo les iba hacer a ellos. Con la correa me lo
medio amarré y me les fui encima.
Seguido a la trifulca, uno con el pánico
reflejado en el rostro siguió disparando con la metralleta y yo vi como las
balas me perforaban el estómago, el pecho y el otro brazo. Juro que me sentí
desfallecer con aquel poco de sangre saléndome por todos lados como un colador.
Sobre todo por el plomo; era un sobrepeso que realmente retardaba mi
desplazamiento porque nunca he podido caminar bien con cuerpos extraños en mi
organismo. Pero continué adelante. Pobre de ellos si los agarraba.
Ya ellos no tenían balas. Casi
imperceptiblemente sentí como me tiraban las armas vacías en la cara, pero
cometieron el grave error de meterse por un callejón sin salida donde
irremisiblemente los acorralaría. Eran seis. Creo que uno cogió un tubo y como un
energúmeno empezó a darme tubazos por la costillas para que soltara al que
había agarrado. Tenían pánico que les diera una paliza. El más fuerte,
visiblemente aterrorizado me arrancó de un jalón el brazo destrozado y se lo
llevo agarrado a su muñeca sacudiéndoselo con grima. Al mismo tiempo el más
alto me apretó duró por el cuello en un intento desesperado para que no
les hiciera daño.
Yo era más pequeño que todos ellos porque soy
de contextura muy débil, y además que estaba envuelto en sangre, pero los tenía
acorralados. Pegando brinquitos con la única pierna buena me les acerqué para
darles unas patadas.
Después perdí el conocimiento y apenas si
escuche el sonar de una ambulancia. Ahora, en la niebla vaporosa del recuerdo
de aquella noche terrible, pienso que debo haberlos dejado medio muertos,
porque al final decidí liquidarlos completamente. En verdad los médicos
levantaron un informe curioso; este es un caso médico de un “Duro de Matar”.